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Domingo Decimosétimo Después de Pentecostés
Los Fariseos confundidos por Jesucristo, símbolo de los enemigos de la verdadera Iglesia, confundidos por Dios en todos tiempos.Hermanos amadísimos. ¿Cuál era la pasión predominante en la mayor parte de los fariseos? Bien lo sabéis; el orgullo, un orgullo desenfrenado; de donde se seguía el tener todos ellos tan alto concepto de sí mismos, el caminar con paso altanero, el pretender en las reuniones públicas los puestos más honoríficos, el hacer obras buenas para obtener el aplauso de los hombres, el ostentar un profundo desprecio de los demás, y los otros actos de soberbia referidos en los Evangelios.Dice la Escritura, que Dios resiste a los soberbios: ¿qué maravilla, por tanto, que Jesucristo les confundiera algunas veces llamándoles hipócritas y sepulcros blanqueados, o dándoles respuestas a las cuales no podían replicar? El Evangelio de este día nos representa al Redentor confundiendo por dos veces a gran número de fariseos; y en la confusión de ellos me parece simbolizada la confusión que han sufrido en todos tiempos los enemigos de la Iglesia católica. Consideremos, en primer lugar, a los fariseos confundidos por Jesucristo; después a los enemigos de la verdadera Iglesia, confundidos en todos los tiempos por Dios, y tendremos el objeto de la presente homilía. Prestadme, pues, hermanos míos, benévola atención, que voy a entrar en el argumento propuesto.