Domingo Tercero Después de Pentecostés
De la Misericordia de Dios con el Pecador. <br/><br/>Se refiere en el Evangelio de este Domingo, que algunos publicanos y pecadores se acercaban a Jesucristo con deseo de oírle hablar. Los fariseos y los escribas, encendidos en odio, en lugar de apreciar la conducta de Jesús, llena de bondad y celo, murmuraban de Él, diciendo: «Éste se acompaña con los pecadores, y come con ellos». Jesús hubiera podido reprenderles por sus malignas murmuraciones, pero no lo hizo; antes al contrario, vuelto a ellos con benignidad, se expresó de esta manera: «¿Quién hay entre vosotros que teniendo cien ovejas, y habiendo perdido una, no deje en el campo las noventa y nueve, y vaya a buscar la que se le ha perdido, hasta que la encuentre; y una vez encontrada, no se la coloque sobre sus hombros lleno de contento, y vuelto a la casa, llame a los amigos y vecinos, diciéndoles: Alegráos conmigo, porque he encontrado mi oveja, que había perdido? Os digo que del mismo modo se hará más fiesta en el cielo por un pecador que haga penitencia, que por noventa y nueve justos que no necesiten hacerla. O también, ¿qué mujer hay que, teniendo diez dracmas, y habiendo perdido una, no encienda la lucerna y barra la casa y busque diligentemente hasta que la haya encontrado, y conseguido esto no llame a las amigas y vecinas, diciendo: Alegráos conmigo, porque he encontrado la dracma perdida? Así os digo harán fiesta los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia».Como habréis notado bien, ¡oh hermanos míos! se exponen en este Evangelio dos parábolas, que representan admirablemente la misericordia de Dios para con los pecadores. La primera es de un pastor, dueño de cien ovejas, el cual, perdida una de ellas, va en su busca, hasta que la encuentre, y hallándola, se entrega al contento. Para consuelo de nuestras almas detengámonos a examinar las dos referidas parábolas, y veremos simbolizada en las dos la misericordia de Dios con el pecador, así antes como después de su conversión.
